La casa
Vivo lejos de mi casa hace más de 14 años. Un día dejé mi Tucumán natal para instalarme en Buenos Aires. Pero siempre estoy yendo y viniendo, como si mi alma se dividiera con facilidad entre dos puntas, entre dos espacios que me constituyen.
Con el paso del tiempo he ido percibiendo que esas distancias son cada vez más cortas, ya sea porque viajo más o porque la madurez hace que mi corazón tenga la capacidad de trasladarse sin mover mi cuerpo de lugar.
Es extraño explicarlo, pero el hogar habita en uno, aunque siempre las casas en las cuáles he vivido y vivo serán un enigma arraigado a mi sentir más íntimo.
Les comparto un texto que escribí en unas de las visitas que hice a la casa de mis padres, la misma donde he crecido, he llorado y he sentido los días más alegres.
La casa…
Siempre volver es dejarse invadir por la insistencia del recuerdo; porque las paredes conocen tus secretos y amenazan con contarlos. ¿Pero a quién? Si la soledad es la nueva inquilina...
La casa; así tal cual es, con los rincones que siempre estuvieron, pero ahora vacíos. La casa con sus ruidos que ya olvidé, con sus corriente de aire y con ese olor particular del universo propio.
Luego están ellos, que ya son parte esencial, así como el cemento, y siguen ahí, erguidos, sosteniendo lo que queda luego de haber sido habitados y dejados. ¿Cómo se sentirá que tus hijos ya no están? Es una pregunta que quizás nunca pueda responder.
Por la mañana hay un silencio que se prolonga hasta el mediodía, ya no como antes donde el alboroto comenzaba al alba. Después nos perdemos entre la comida de mamá y los olores a sopa, a budines, a tartas de chocolate amargo. La copa de vino tinto que resuena cuando choca con otra, la luz de este sol de julio que entra débil por las cortinas de lino y los perros que nos miran con sus ojos amarronados desde el patio con plantas que viven en tierra seca.
La casa; así tal cual es, todavía entiende de abrazos y de un resguardo eterno que sólo ella sabe dar. Aquí dentro estoy a salvo de todo, incluso de mí mismo, porque tiene muchas particularidades; una presencia alta, rodeada de edificios y cerros, sus pisos de madera y las estufas con su llamarada continua y cálida. También tiene ojos, tiene orejas, tiene besos. Esta casa es como una persona que te ha visto crecer, y hasta quizás, ahora que lo pienso, tiene una nostalgia embebida en resentimiento por haber sido abandonada.
A los perros les pasa algo parecido. Nos ven a través del vidrio y siento el reclamo amable en sus hocicos cuando caminan y lo apoyan en mis rodillas.
La casa; mi casa así tal cual es, está intacta. Gracias, entonces, por dejarme entrar otra vez, aún sabiendo que mañana te dejaré.
Que tengan lindo domingo… :)