Hace 2 meses que me mudé de Buenos Aires a Tafí del Valle, y si bien el cambio es enorme, distinto, rotundo y hasta diría extremo, puedo disfrutar del sol, de algún caballo que se me acerca y me deja tocarlo a cambio de una manzana, del cariño de dos perros tafinistos, que hambrientos y tiernos, me acompañan en las tardes de este otoño nuevo.
El Valle es precioso, pero no todo es tan romántico como uno se imagina de lejos… No es que todos aquí son amables, respetuosos y libres de resentimiento; no. Hay seres humanos, y por más que esto sea un paraíso, hay gente que hace mal las cosas, y que tiran basura y otros, por supuesto, que hacen el bien.
Hace 2 meses que estamos en una casa pequeña de adobe, que no para de pedirnos cosas y atención. A veces pienso que está “enyetada” porque arreglo algo y se rompe otra cosa, o descubro que algún trabajo que se hizo en el pasado es, y no encuentro otra palabra, una porquería… Pero bueno, no voy a entrar en detalles mundanos porque de sólo pensarlo me da bronca.
Ya hemos terminado la biblioteca, hemos pintado un pequeño espacio para ver Tv, las habitaciones y hasta nos dimos el lujo de plantar grateos, una planta nativa con espinas y frutos rojos, que por ahora sólo se enraizan en mi esperanza de verlas crecer… veremos si resisten las heladas que se avecinan.
La casa pide, pide todavía cambios y arreglos en la cocina, el corazón de la misma. Pide caños, pide pintura, azulejos, romper y volver a parchar, pide cables nuevos, pide distintas manos… La miro y a veces le hablo, le digo que ya está, que el tiempo impersonal donde venía todo el mundo porque era alquilada ya pasó, que ahora estamos nosotros y los perros, que la cuidamos, que la queremos, que de a poco le contamos cómo sería ser un hogar, no una simple casa, pero ella insiste en mostrarnos las grietas, en no acomodarse fácilmente, en no desplegar todo su encanto de una sola vez y de repente.
La casa pide porque no se le ha dado, eso es lo que siento. Está sedienta y sencillamente no puedo cerrarle la canilla si luego le pediré que me abrace. Que nos cuide del invierno, que nos haga pasar momentos de cuento aquí dentro.
Arriba de la biblioteca he colocado un duende enorme que me regaló Valentina, mi hermana menor, hace varios años… Ella dice que es protector, así que lo puse bien alto para que nos mire de arriba y también cada tanto le guiñe un ojo a la casa y le diga que ya está, que ya puede ir calmándose porque ahora la estamos escuchando. ¿Lo hará?
Cosa extraña pensar que sólo sentimos o nos resentimos nosotros… Qué ilusos los que creen que las casas o las cosas no tienen vida, no tienen energía y que pueden simplemente tolerar ser usadas sin recibir nada a cambio.
Nada en la tierra (a excepción de los perros) dan sin esperar. Somos un poquito egoístas, y está bien que lo seamos. Está bien, de vez en cuando, mostrar las grietas y decir: “Ojo, ojo que aquí me duele, por aquí sangro, pero si miras adentro, si te ganas ese tesoro, podrás ver cosas preciosas”.
La casa pide.
Los perros adoptados piden.
Los grateos piden.
Yo pido, también.
Que tengan linda semana…
Nico, le cantaste? Creo que si le cantas, te la ganás, así, de una. Cantale, un arroró, una canción dulce, o una canción de amor, algo que la mime un poco más. Te mando un beso grande, y buenas energías, paciencia, les va a quedar hermosa la casa!:)