Un jardín de campo ya florece en mi corazón
De a poco empiezo a diseñar mi jardín de campo en la casita de Tafí del Valle… Ya existen hace años algunos viejos pinos y álamos, un rosal que está en terapia intensiva y no mucho más… ¡Ah sí!, el césped que cambia de color, de un verde vida a un ocre otoñal precioso.
Por las tardes me paro en el medio del jardín y me quedo un largo rato mirando todo… Así aparecen ante mí canteros con lavandas, cosmos, margaritas y cactus. Me digo: “Pondré allá las lavandas, acá caléndulas para proteger, allá otro álamo, allá menta y allá una maceta de barro con cactus dentro”.
Pero luego recuerdo que aún no tengo manguera, entonces hice instalar un caño para tener agua en el jardín y así poder regar… Porque yo quería plantas sin antes resolver el agua, es como querer un tren sin tener las vías…
Entonces el albañil rompió la pared, hizo unas magias en el caño de agua y ahora tengo para poder regar, pero la manguera no entra en ese pico… Sin embargo, las lavandas crecen en mi mente y los cosmos ya germinan en mi jardín de campo ideal.
Qué curioso que ciertas preocupaciones disminuyen su volumen con el sólo hecho de pararme cerca de los árboles a diseñar un pequeño jardín. ¿Será que las plantas irradian algo que nos da calma?
Antes, no mucho tiempo atrás, me preocupaban otras cosas, como ser que la gente sacara su entrada para escucharme cantar en un teatro, o que mis libros se vendieran… No es que ahora no tenga eso en mente, pero de alguna forma se han suavizado, miro a esas cosas desde otro lugar…. Más me preocupa que el álamo crezca bien, que las lavandas no se llenen de bichos y que la perra -la bauticé Gorda Carmen- que me encontró una tarde saliendo de yoga, deje de renguear. Aún no sé quién es su dueño, pero mientras tanto he decidido alimentarla, jugarle, darle de comer y beber y disfrutar de su compañía.
Tener un jardín es algo extraño, porque exige trabajo, cuidado y al mismo tiempo el enorme ejercicio de soltar y confiar en que la vida misma hará su trabajo, y que todo lo que deba florecer, así será, y lo que deba morir, morirá… Y no sé si hay mucho más que yo pueda hacer, a pesar de mi voluntad, de mis deseos, de mis débiles conocimientos sobre jardinería…. Aunque debo admitir que tengo mano verde.
Tener un jardín es cultivar la paciencia que lentamente se extiende hacia otras áreas de mi vida… Es saber contemplar sin embriagarse y aprender, de alguna manera, a dejarse invadir por una cantidad enorme de detalles y posibilidades.
Mi jardín de campo ya florece dentro de mi corazón mientras yo me adapto a la nueva vida que elijo.
Gracias.
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Que tengan linda semana…