Hay días y días… ¿no? Donde al levantarse uno siente el cuerpo como si hubiésemos estado peleando contra algo en un sueño… como si el descanso jamás hubiera llegado, o simplemente porque todo el año se nos viene encima, porque sentimos o creemos que no podemos más.
El cansancio siempre ha sido una sensación muy instalada en mi cuerpo, una sombra que me invade y me ubica en lugares incómodos y no productivos. Sé reconocer mi cansancio, sus síntomas en este cuerpo que habla desde el silencio. Sé que la espalda se me vence, que la voz se me cansa y me cuesta cantar, que los ojos me arden, los sueños se esfuman, las manos se vuelven un poco inútiles… Y hay más, pero enumerarlos simplemente me hace sentir agobiado.
Pero la cuestión aquí no es eliminar el cansancio, sino aprender a convivir con él, aplacándolo, domándolo como lo haríamos si tuviésemos un león enjaulado. La cuestión, entonces; sería aprender a reconocer cuáles son aquellas cosas, aquellos “talismanes” preciosos que nos devuelve la energía para volver a edificarnos y así continuar un poco más.
¿Pero qué es un talismán? Bueno, se dice que es un objeto al cuál se le atribuyen propiedades mágicas que da suerte o salud al que lo posee. En magia creo poco y nada… Quizás la suerte es más benévola o alcanzable… Y es por eso que tengo mis elementos, mis pequeños tesoros que me permiten continuar.
¿No les ha pasado que estaban mal y de repente, tras conversar con un amigo, una energía renovadora los ha invadido? O tal vez han escuchado una canción, o leyeron un cartel, o simplemente tocaron algún objeto que los conectaba con un recuerdo poderoso… Quizás si, quizás no.
Yo me siento rodeado de talismanes y los tengo para cada ocasión o sentimiento. Cuando me siento con la cabeza repleta de pensamientos salgo a caminar por calles que me gustan, generalmente angostas, con arboledas y casas antiguas, y todo comienza a ordenarse, y adentro el caos encuentra fluidez.
Cuando me siento aturdido busco el silencio, que es lo que más uso para mirarme por dentro o simplemente para dar lugar a otra cosa más exquisita como lo es la contemplación de algo o alguien. Mirar unos ojos, busca rasgos o prestar atención a una torcaza haciendo su nido cerca de mi balcón es algo que me conecta con lo más vulnerable de la vida.
Sin dudarlo puedo decir que las palabras, las frases, las descripciones de los libros que leo son una fuente inagotable de belleza, así como algunas canciones o películas.
Otras veces me funciona encender velas de vainilla, algún sahumerio de sándalo o incienso. Es armarme un ritual donde la casa se pone contenta. Descorrer las cortinas, observar cómo entra la resolana, o si las plantas han dado hojas nuevas, o sobre cómo se abren y cierran los tréboles de día y de noche. Todas cosas ínfimas que ocurren delante mío, todo el tiempo.
Antes, cuando mi hermoso Wolfi; perro, amigo, hijo y compañero vivía, solía ser él mismo objeto dador de amor y generosidad sin medidas. Hoy sólo lo tengo en mi memoria, pero es tan vívido que siento que jamás se ha ido. Vive aún en mí.
Hoy, donde quizás algunos de ustedes no se sientan bien, pueden buscar qué hay cerca para meterse; como quien se arroja a un río, dejando que el cuerpo flote para abandonarse de todo lo mundano dando lugar a algo más finito, más pequeño que es la belleza en todas las cosas.
Estoy seguro que si buscan, encontrarán que son ricos en talismanes, aunque a veces se sientan pobres, se sientan poco especiales y estancados; busquen y van a ver que todo, incluso la visita de un colibrí, puede devolvernos la hermosura de sentirnos vivos, aunque a veces nos dejemos habitar por el cansancio.
Una abrazo enorme,
Nicolás.