No vamos a poder escapar de la muerte, nunca.
No vamos a poder evadir el camino que nos lleva lentamente hacia el encuentro con ella.
Pero si vamos a poder elegir cómo acercarnos, cómo entregarnos, cómo dejar este mundo.
A menudo pienso en la muerte, y a medida que envejezco, la pienso más, con cierto temor, pero cada vez con más alegría en que finalmente puedo ir aceptando que es natural y no debe ser algo trágico.
Hace unos días asistí al velorio -o despedida- de la mamá de una amiga muy querida. Por una cuestión de respeto me referiré a ella como LA POETA.
Años anteriores no sólo cuidé su casa y sus plantas cuando quedaba vacía, sino que también he hablado con ella, de sus cuadros, de sus poesías. Incluso mi amiga atesora algunos momentos en donde yo le cantaba canciones a capella en el sillón de su casa cuando todavía permanecía conectada con nosotros.
Quizás en algún lugar me hacía recordar a mi abuela Beba que padeció muchísimos años Mal de Alzheimer y también le cantaba cuando se podía.
Esta carta surge porque cuando estábamos en el crematorio, amigos y familiares de La Poeta, yo miraba a mi alrededor las caras, las manos y las angustias de todos, pero al mismo tiempo me llamó la atención que su hija, mi amiga, armó una especie de ritual para su despedida. Primero apoyó su mano sobre el cajón y le habló en voz alta a su madre, permitiéndonos escuchar cada palabra, donde le agradecía haberle dado la vida, sus cuidados, sus enseñanzas.
Luego, una amiga de ella puso un tango -su madre solía ir a las milongas- y con esa música de fondo leyó un poema que LA POETA había escrito décadas atrás para que alguien, su hija en lo posible, lo leyera en este momento. No recuerdo las palabras, pero eran preciosas, y sin dudas, entre la música y la voz de mi amiga -actriz por cierto, que a pesar de su angustia, puedo leerlas con notable estoicismo- el ritual tomó una forma única.
Al termina de leer, esparcieron pétalos de flores sobre el cajón y le tiró un chorrito de vino. Fue entonces cuando nos acercamos todos y poniendo nuestras manos, la despedimos acompañándola hasta su último momento en esta tierra.
Abrazo a mi amiga, recuerdo las veces que hablé y le canté a su madre.
La abrazo, porque de alguna forma entiendo su dolor. Y la admiro por haber estado presente en este último tiempo para La Poeta que necesitó cada gota de su energía para mantenerse con vida hasta que decidió ser abrazada finalmente por la muerte.
Digna despedida para una mujer que pintaba, bailaba y escribía poesías. Y me alegra haber podido estar allí, porque a las poetas se las despide con amor, por ese trabajo invisible que realizan y que muchas veces pasa desapercibido.
Porque un poeta escribe siempre, más allá de ser leído o no, porque algún día alguien leerá sus palabras y volverá a este plano con todas sus fuerzas.
Sé que así será, dentro de muchos años, que leeremos sus poesías, quizás con un tango de fondo o simplemente haciéndole los honores por habernos dejado mucho más a que su hija.
Que tengan linda semana…
Cuando la muerte asoma con su noche oscura, la miramos con la luz de vida que le entregamos. Todo es tiempo inconmensurable...