Ayer domingo no envié carta porque mi intuición de brujo me dijo que ganaríamos el mundial, y pensé: “nadie va a leer esto”. Nunca he sido futbolero, pero esta vez se me pego una energía arrolladora que fue inevitable de sentir. El penúltimo partido confieso que tuve algunos nervios. Y ayer, no lo vi en directo, sino a través de los gritos que entraban desde la calle y subían hasta mi balcón.
Vengo de trabajar sin cesar todo el año, en contacto permanente con personas, ruido, mucho ruido y cansancio, y ayer fue un domingo de calma, o al menos eso pensaba yo, porque los bocinazos no me dejaron más opción que habitar esa euforia colectiva.
Y hoy salí a la calle y percibí mucha alegría, lo cual siempre es bueno. Pero al mismo tiempo también vi otras cosas; semáforos rotos, calles sucias, canteros repletos de latas de bebidas, colillas de cigarros… “Mucha basura, así como el ruido, nunca es bueno”. Y pensaba si algún lograremos poder festejar algo sin perjudicarnos, sin romper, sin ensuciar, porque la alegría debería elevarnos, no sacar un salvajismo sin sentido de nosotros.
No pretendo ponerme moralista, sólo es algo que pienso, siento y quería compartirlo.
Ahora estoy en casa, escuchando música, y por el ventanal del balcón ya no entran gritos, sino un viento fresco de verano que me trae buenos augurios. El pichón de torcaza ya ha nacido, veo el nido que se esconde entre las ramas del árbol que también ha florecido, una vez más.
Ojalá sigamos ganando, pero no la copa del mundo, sino ganando confianza en nosotros, en creer en el otro, en saber que podríamos lograr muchísimas cosas si soltáramos los miedos y los prejuicios.
Así como esos jugadores se propusieron dar el mejor partido y fueron recompensados, quizás nosotros también podremos “entrenar” nuestra humanidad para que algo, quizás la tierra o el destino, más adelante, nos den un regalo.
Estoy escuchando esto:
Y por las noches veo esto:
¿Me cuentan que ven/leen/escuchan ustedes?
Un abrazo enorme,
Nico.