El tiempo de la naturaleza
“¿Y cuánto tarda un manzano en dar frutos?” “¿Y el sauce hasta dónde crece?” “¿Dónde nace y muere un río?” “¿Qué profundidad tendrán los túneles de los animales que viven bajo la tierra?” “¿Cuánto vive un colibri?” “¿Qué pensará un perro de nosotros?” “¿Por qué las golondrinas vuelan en círculos?” “¿Alguna vez podré tocar las nubes?...”
Y así podría contarles acerca de las 1000 preguntas que siempre me hice sobre la naturaleza y sus tiempos, y debo confesar, que siendo muy niño, entendía que yo también era parte de una naturaleza más grande que todo el universo entero. ¿Cuál es la diferencia entre mi perro y yo? Quizás que poseo un pensamiento más desarrollado, o que soy capaz de generar cultura, pero luego no veo muchas más. Pienso que sufren como nosotros, que lloran, que tienen días difíciles, días más alegres, que hacen familia, que protegen, que disfrutan… No veo diferencias. Y sin embargo, como raza extraña que somos, insistimos en diferenciarnos, pero en esa búsqueda sólo nos aislamos y nos llevamos como de las orejas hacia extremos que no son amables.
Creemos que podemos hacer las cosas más rápido, que podemos detener incluso procesos, que podemos conquistar cada rinconcito, que tenemos poder sobre los demás, que podemos tomarlo todo sin dar nada a cambio; pero claro, no somos todos así, porque también están los otros, esos que tienen más conciencia, esos que plantan árboles, que cuidan el agua, que acarician un perro callejero, que alimentan palomas y que agradecen cada milagro que se revela ante sus ojos.
A veces me he comparado con otros, me he puesto triste por no alcanzar “cosas”, por no hacerlo al tiempo que dicen que hay que hacerlas… Tener algo; una casa, un auto, un matrimonio, hijos, plata… Y viajar, conocer el mundo, ser exitoso. Incluso he llegado a pensar que jamás conquistaría nada de todo eso o que la vida me tenía reservada otras cuestiones. Pero cuánto más grande me hacía, más niño quería ser y mi deseo era -aún lo es- no tener tiempo. Porque el tiempo es siempre el de la naturaleza y así como el manzano da frutos en una época, la frutilla en otra, el durazno en otra y así… Yo también me subo a esa oleada de diferencias; donde los fracasos o los éxitos, los logros, son conseguidos a su debido tiempo, uno que es personal, único e incomparable.
Ya no me desvela no ser como todos, ahora entiendo que el tiempo que le lleva a mi alma comprender cada secreto de este universo, es un tiempo mío, el tiempo de la naturaleza, el tiempo sagrado que nos espera para enseñarnos.
Disfruto tener la mezcla divina de una lentitud hacedora y constante, pero contemplativa y paciente. Ya no me angustian las cosas que “debería poder hacer” ni tampoco me duelen las que no pude. Sólo tengo el día de hoy para hacer lo mejor que pueda, para mirarme de frente, para abrazarme. Sólo tengo el día de hoy para decirme que “sería lindo que pudiera terminar esto, hacer lo otro, compartir aquello”.
Me esfuerzo en no caer en el “tengo que” porque incluso las obligaciones desaparecen cuando es el corazón el que trabaja. Y desde ese rincón de contemplación infinita puedo desarmarme y construir (me) todo aquello que intuyo que debería poder hacer. Quizás para mí, o simplemente como un servicio a los demás.
El tiempo es personal, distinto, único e intransferible, pero nunca olvidar que esa porción está sujeta a los tiempos de la naturaleza.
Sólo así me siento con las raíces del sauce, las alas del colibrí y la inteligencia de un alma vieja.