A veces, en el trajín de los días, siento que me pierdo de algo. No podría decir qué, o tal vez sí…; quizás sea que llega la noche, hice todo lo que debía hacer y me olvidé de llorar.
Sí, de llorar. Porque reafirmo una y otra vez que la tristeza o el llanto tienen mala fama.
Vengo de meses creativos, donde saque un disco, pronto un libro, videos nuevos, conciertos y otros trabajos… Y eso me exige y demanda tiempo dejándome poco espacio para pensar bien, para sentirme en eje, para no perder el equilibrio entre lo que se debe hacer y atender los amores, los amigos, la familia.
Esta carta no tiene un orden, sólo es un pensamiento desordenado acerca de una película que acabo de terminar de ver y que ha sido como el alimento más nutritivo del último tiempo. Y no es que las demás cosas que me han pasado no lo fueran, pero no puedo negar que cuando me siento y me dejo atravesar por una historia así, irrefrenablemente desembarco en un mar profundo pero calmo de emociones guardadas.
No creo en el romance ni el enamoramiento, y películas como estas -tomadas de una vida real- me lo confirman. Más bien siento que cuanto más conozco a alguien, más lo amo. Por eso me abro lentamente a los abrazos y a las palabras de los demás.
Maudi, la biopic sobre la pintora Maud Lewis (1903-1970) es, a mi sentir, una película que se centra en contar una historia de amor, pero no sólo de una pareja, sino de un hombre hacia una mujer que va descubriendo con el tiempo; del amor de una mujer hacia un hombre que vio por primera vez y ya sintió que su lugar era en esa pequeña casa de 12 metros cuadrados, del amor de una artista por su oficio al que no podía definir y solamente agregaba que pintar era ver “el total de una vida enmarcada”.
Y de esa forma sus pinturas empiezan a cubrir el interior de la casa, luego el exterior, las ventanas, los tarros de lata, las puertas. La pintura -como su amor- crecen e invaden todo hasta el final de sus días. Y él, huraño al comienzo, se deja pintar. Porque, de alguna formas, los dos estaban aprendiendo a amar (se).
No quiero contarles un argumento, ni pretendo hacer una crítica cinematográfica, pero vale la pena detenerse en el tiempo para contagiarnos y darnos cuenta de que muchas veces creemos necesitar cosas que en realidad no, o que anhelamos un determinado tipo de vínculo, cuando la verdad verdadera está siempre más cercana de lo que creemos. Y es más rústica… como una tabla de madera que espera ser encontrada y pintada.
Tal vez por un Everett.
Tal vez por una Maudi.
Tal vez por uno mismo.