Al frente de mi casa a un Carrefour que está cerrado… Probablemente hagan un edificio en su lugar…
En la parte de atrás, dentro de una especie de recoveco para proteger algún motor de alguna cosa que seguro no sepa para qué sirve, vive Adriano.
Debe tener entre 29 y 35 años. Siempre está lavando algo en un tacho con agua color marrón. Está la mayor parte del día en cuero, casi no tiene tatuajes o son muy pequeños. Yo paso cerca todos los días y me saluda, mirando a los ojos.
La primera vez lo salude de lejos. Y ahora me acerco y le doy la mano. Siento que lo conozco. Le he dado ropa, comida. Más ropa… Y así el apretón de manos es abrazo.
Un día me invitó a sentarme con él, en un banquito destartalado. Y charlamos.
—Se nota que sos buen pibe, me dijo.
—¿Ah sí? ¿Por qué? le digo sonriendo.
—Por la mirada, me doy cuenta.
Entonces, en ese momento, vi sus ojos enormes, curiosos. Parecían los ojos de un perro ovejero alemán. Adiestrado, pero noble.
Y agregó —¿Por qué me ayudaste?
—Porque no puedo no responderte.
Y se quedó callado.
Y yo también.
Ahora escribo esto desde casa y pienso en él. Pienso en lo que dije y me sube el orgullo hasta la garganta pero se me mezcla con angustia.
Me da pena Adriano, que sea tan joven y que esté tan roto.
Ojalá el destino no se le escape de las manos y pueda conquistarlo.
Ojalá.
hermosa tu mirada hacia la vida.. tu manera de percibir y de transmitir.. as always.. love you